El reencuentro del campesino Cipriano con la estadounidense Mary Ann fue mágico hasta que llegó su mujer, Tomasa, y casi le saca el aire a la bella rubiaEl alba sorprendió a don Cipriano con los ojos pelados recordando las delicias vividas un año atrás, cuando fue a Penonomé a mirar el desfile conmemorativo al grito de adhesión a la Gesta Separatista del 3 de Noviembre de 1,903. Ese día conoció a una gringuita que se sintió fascinada por él y le permitió acompañarla al hotel, donde los dos pudieron comprobar placenteramente que en la cama no hay barreras étnicas ni culturales ni lingüísticas.El recuerdo animó a Cipri a bajar a Penonomé con la esperanza de encontrarla. Tuvo que reprender a la pobre Tomasa, su mujer, que se antojó de venir argumentando que jamás había visto ese desfile.'Usted se va temprano a limpiar los ñames, los limpia bien, oyó, acuérdese de que con esa platita le voy a comprar ropa nueva', fue la respuesta que recibió la humilde coclesana. Y aunque rascó con sus pies desnudos el piso de tierra, en señal de malacrianza para que su marido la consintiera, fue en vano, porque el hombre estaba lleno de deseos gringos y le reiteró un no rotundo.'Dije que tiene que ir a limpiar el ñamal, y se va ya', ordenó el cholondrón y salió, goloso del cuerpo blanco, delgado y perfumado de Mary Ann, la gringuita con la que estuvo el año pasado.Y se fue, dejando en la montaña a su mujer, maciza, de piernas gruesas y espalda ancha, quien se quedó cabizbaja sentada en una hamaca, mirando el pilón mientras peinaba con las manos su larga cabellera negra y lacia.Llegó casi al mediodía a Penonomé, donde ya había una multitud integrada por locales y visitantes. Llevaba media hora caminando por la ruta del desfile, sin verla, pese a que se acercaba con vista de águila a todos los grupos de turistas extranjeros que encontraba.Había recorrido dos veces la ruta del desfile, pero para desilusión suya solo se encontraba con pajonaleños, toabreños, churuquiteños, delicienses, guabeños y gente de El Mosquitero, Chigoré, Tambo y Naranjal, a los que les torcía los ojos mientras decía entre dientes: Cabriao de verlos y me los encuentro en todos lados.Más tarde, desilusionado, decidió regresar a su terruño, pero agobiado por el calor se compró un raspado para mitigar la sed. Fue en ese momento que una mano fina y de dedos alargados se posó sobre su refresco y oyó que le decían hello .Cipri sintió que se hundía la grieta de la calle, que él se iba todito a las profundidades de la tierra. Y con voz temblorosa y con las manos sudorosas la saludó diciéndole: Cómo está, señorita Mary Ann.La gringa no le contestó el saludo, pero le extendió las manos que él agarró y retuvo muy cerca de su pecho. Llevaban un minuto en ese éxtasis, ella sonreída y él sin soltarle las manos cuando, de entre unos chivas, salió Tomasa, con su falda roja y su cabellera lacia suelta. La mujer se le fue encima a la gringa y de un solo jalón la apartó de su cholo. 'Este hombre es mío', le dijo, pero la bella extranjera la empujó y corrió a refugiarse de espaldas en los brazos de Cipri, que no salía de su asombro por ver a su mujer allí.La coclesana intentó arrancar a la otra del pecho de su hombre, pero aquella se agarró de su cabellera suelta y empezó a halar, no contó con que Tomasa, que era mucho más baja, empezaría pronto a golpearla en el estómago, lo que provocó que pronto le faltara el aire y cayera desmayada. Enseguida se formó un correcorre, porque aparecieron los otros turistas que le exigían, por señas, a la Policía, que castigara a la coclesana. Nadie entendió qué dijeron los yanquis, pero algunos aseguraron que apenas Mary Ann volvió en sí, la regañaron por estar coqueteándole a los cholos.'Se la llevaron obligada', decían unos, mientras otros afirmaban que la rubia le lanzó muchos besos al cholo antes de irse.Tomasa fue llevada a la corregiduría, donde un político avispado, pensando en los 50 votitos de la familia de la muchacha, la sacó enseguida y la embarcó junto con su hombre en una chiva, rumbo a la campiña. Ella iba feliz porque no dejó que la gringa le tumbara a su hombre.
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