La gringuera Ilka organizó un concurso sobre la fiesta yanqui. Todo iba bien hasta que el público quiso saber cuánto era el premio, el cual tuvo que ir a negociar con el jefe, quien estuvo a punto de cobrarlo con suspiros. La salvó la visita sorpresiva de la mujer del gerenteLa falta de tolerancia, los nervios de punta y las ganas de armar pelea atacan a muchos asalariados cuando la quincena está, coquetona, en la vuelta de la esquina, no demora en llegar, pero no llega.Con esos ánimos andaban muchos en la empresa Melones alegres cuando Ilka sugirió que hicieran un concurso de Halloween. La oficina que, según el jurado, sea la mejor arreglada, recibiría un premio que aún no se había decidido.Yo me encargo de eso, dijo Ilka, y muchas carraspearon en señal de complicidad, otra, la más ácida de la empresa levantó su voz para decir que ella no celebraba fiestas de gringos, suficiente con la interminable lista de primas lejanas y cercanas que aquellos desvirgaron y luego no las llevaron ni siquiera a conocer Disney Word. Beatriz, la que llevaba rato pidiéndole aumento al jefe, opinó que a ella le daba igual si era fiesta de gringos o de otros, pero que le interesaba saber ya cuál sería el premio, no le metieran borriguero por iguana, como pasó el año pasado con el concurso de puertas navideñas, que se lo ganó la gente de Cobros, 'todo porque, dicen por ahí, que hubo 'trueques', que dos del jurado votaron a favor de esa porque les prometieron algo que aún no han cobrado.'Bueno, nos reunimos después del almuerzo para decirles cuánto será el premio y darles las bases del concurso', dijo Ilka y el público la ovacionó gritando: 'Halloween, Halloween, no gustarme el pindín'.Los ojos maliciosos siguieron a Ilka cuando anunció que iría a hablar con el director sobre el asunto del premio para el concurso de la oficina mejor arreglada.¿Y eso, Ilkita, qué la trae por acá?, preguntó el jefe Rebolledo cuando vio entrar a Ilka, el único bomboncito de la empresa y la única 100% soltera.'Es que quiero hacer un concurso de Halloween, pero los concursantes quieren un premio bueno y en efectivo, y vine a pedirle que usted me patrocine esta actividad', contestó ella y el hombre la miró tan maliciosamente que los ojos se le achicaron.¿Cómo es eso, Ilkita, y qué, le gustan mucho los yanquis, no le gusta a usted el producto nacional, o es que ha tenido alguna mala experiencia con algún pana?, le preguntaba el jefe mientras le acariciaba la palma de la mano y ella guardaba silencio.¿Y cómo cuánto sería ese premio?, preguntó Rebolledo.'Yo diría que de 500 dólares, para que se animen, jefe, así los empleados se alegran y trabajan con más ganas.Ganas de ti es lo que tengo yo, le dijo el hombre y ella dio el paso final.'Deme el premio y yo le doy a usted lo que me pida', dijo y suspiró resignada, pero Rebolledo, que ya casi no veía, lo interpretó como un suspiro de placer, y buscó en las gavetas.1, 2,3,4, 5 .10, 20 y 25 billetes de denominación número veinte puso sobre el escritorio.Ilka alargó la mano para tomarlos, pero el don, que tenía una gata de Angora en la casa, gritó: Zape, zape.No me lo tome a mal Ilka, pero mi premio lo quiero ya y en efectivo, aquí mismo. Vamos a hacer algo, mirando al payaso y soltando la risa, dijo y agarró la plata al tiempo que señalaba un sofá que había en el despacho.Con la plata en una mano y con la otra sobre el cuerpo escultural de Ilka, el jefe se disponía a eliminar cuanto trapo le obstruyera el camino.'Así los quería ver, calientitos y en vivo', dijo el jefe y manoseó con fuerza los pechos de Ilka. Fue justo en ese momento que la secre empezó a sonar la puerta. 'Su esposa acaba de llegar', gritó la muchacha.La impresión le bajó todo a Rebolledo. Fue la misma Ilka la que lo ayudó a subirse la bragueta, y en un descuido del hombre, agarró los billetes que él había puesto sobre el brazo del sofá.Alcanzó a salir antes de que la esposa del jefe doblara la última esquina. La ricachona pasó justo cuando Ilka les anunciaba a los concursantes que el premio sería 500 dólares.Jo, no hay duda que algunas mujeres sí saben hacer plata, decía uno mientras se inscribía en el concurso de Halloween.
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